jueves, octubre 13, 2005

La oligarquía opaca

Comenzó como una simple asociación de países que, para ayudarse mútuamente a recuperarse de la posguerra, decidieron facilitarse los intercambios de materias primas tan esenciales como el carbón y el acero. Después fue creciendo, derrotando por el camino a los que sólo buscaban una asociación comercial, la EFTA, apoyándose en un proyecto de unión política, económica y social que se arroga la identificación con la idea misma de Europa.

Es la Unión Europea, y a pesar de lo que pudiera parecer, cada vez está más lejos de sus objetivos iniciales. ¿Quién ostenta el poder en ella? Los ciudadanos elegimos un Europarlamento, que es lo que confiere legitimidad a la Unión Europea, y es por ello que cabría suponer que este sería el órgano más importante y decisivo de su estructura. Sin embargo, paradójicamente, más bien es al revés.

Hay un órgano propio de la Unión Europea, lo que podríamos llamar su gobierno, la Comisión Europea. Si el Europarlamento no está de acuerdo con la elección de uno de sus miembros, puede rechazarlo. Sin embargo, en la práctica, nuestros representantes muchas veces tienen que tragar, y sólo cuando el sujeto es absolutamente inaceptable, como fue el caso de Buttiglioni, se atreven a rechazarlo. ¿Por qué? Porque la composición de la Comisión Europea es un juego de equilibrios entre los países de la Unión Europea, cuyos gobiernos son, en última instancia, quienes tienen el verdadero control. Así que cualquier intromisión del Europarlamento es mal vista desde aquellos gobiernos a los que puede perjudicar, por lo que estas son excpecionales.

Romano Prodi intentó cambiar esto, pero Chirac, entre otros, rápidamente frustó su iniciativa. Y Durao Barroso parece que bastantes problemas tiene ya como buscarse más. Los gobiernos tienen, a mayores, otro foro en el que repartirse el poder y que, ¿sorprendentemente?, es el órgano supremo de la Unión Europea. Es el Consejo Europeo, y el órgano realmente son las reuniones de los presidentes o los ministros del ramo que toque que se reuna, que son quienes tienen la última palabra en la toma de muchas decisiones, aunque afortunadamente hay bastantes áreas en las que el Europarlamento tiene poder de codecisión, y se ven obligados a consensuar las posturas con él.

Y con la Constitución Europea este déficit democrático se vería agudizado, pues aunque el Europarlamento ganaría competencias sobre unas cuantas áreas (nunca exclusivas, por supuesto, no vaya a ser que la democratización empiece a ser algo real), tendríamos un presidente y un ministro de asuntos exteriores, que por supuesto nosotros no habríamos elegido. Constitución, por cierto, que fue redactada por una Convención Europea en la que, si bien tomaron parte importante europarlamentos, y se escuchó algunas voces de la débil sociedad civil europea, el papel más importante sin duda consistió a los gobiernos que, no cabe duda, la hicieron a su exclusiva medida, más allá de las inevitables diferencias entre ellos.

Tenemos, por lo tanto, un organismo del que ya depende el 60% de la legislación de sus paises miembros, del que dependen muchas agricultores, que decide cuando un movimiento empresarial importante en un mercado es adecuada o no, que puede exigir que se liberalice un mercado aún a costa de los consumidores (un ejemplo nefesto es la propuesta de la "directiva Bolkenstein"), que puede sancionar a gobiernos por no cumplir el pacto de estabilidad; en suma, que tiene un gran poder sobre sus estados miembros y sus ciudadanos. Y sin embargo, nosotros, los ciudadnos no tenemos su control e incluso los gobiernos parece que ya no lo retienen tanto como piensan.

¿Por qué digo esto? Muy sencillo, todo esto se mantiene gracias a una creciente burocracia centralizada en Bruselas, y sobre la que, junto con el resto de aparatos de la Unión Europea, están actuando 10.000 lobbystas (miembros de grupos de presión), que buscan que las decisiones de la Unión Europea favorezcan a sus clientes, principalmente grandes multinacionales. Un ejemplo claro, a pesar de que puede resultar excesivamente recurrente en mi retórica, es el de las patentes de software, que a punto estuvo de acabar con el software libre y con la mayoría de la industria informática de Europa, que hubiera estado aún más controlada por las grandes multinacionales por cuanto estas poseen enormes carteras de patentes vagas, estúpidas y que jamás se tendrían que haber concedido, si no fuera por las ansias recaudatorias del gobierno federal de los EE.UU.

La Unión Europea se ha construído siempre de espaldas a los ciudadanos, y los movimientos por una mayor democratización que tanta fuerza parecieron tener en el pasado semejan cada vez más débiles. Lo terrible es que, mientras los que se arrogan la idea Europa se alejan de nosotros, las multinacionales se hacen cada vez más con el control de la misma. ¿Es esta la Europa que queremos?

No hay comentarios: